Mientras más nos impliquemos en cualquier relación, más profunda resultará. Esto en cuanto a la relación con nosotros mismos, nuestra pareja, familia, amigos, trabajo… demostrar nuestro interés día a día marca la diferencia.
Las relaciones se nutren del amor, este es su principal motor, por él se persigue el bien común, la satisfacción mutua, el estado de elevación. El amor se hace posible mediante la comunicación y las acciones que se enmarcan en valores, que al ser compartidos fundamentarán el buen proseguir de las relaciones. Si esto no ocurre, difícilmente se dará una buena comunión.
El dar y recibir compensado y correspondido es un valor vital de una relación sana. Es cierto que el equilibrio perfecto es prácticamente imposible de alcanzar, sin embargo, su búsqueda es importante.
Otro valor fundamental es el orden y la jerarquía, el cual es otro de los pilares de las Constelaciones Familiares. Establece que todo fluye mejor si priorizamos adecuadamente. Por ende, debemos cuidar en primer plano nuestra relación más antigua: la que tenemos con nosotros mismos.
Si extendemos el principio jerárquico a nuestra adultez, si llegamos a convertirnos en padres, es necesario privilegiar la relación que generó la vida de los hijos. Por ende, si los padres siguen juntos, su relación amorosa es metafóricamente “su primera hija”, al exaltarla le dan a sus hijos un regalo invaluable: que sientan que son fruto del amor. Esto aplica también si los padres se han separado, a cada uno le corresponde valorar al máximo la relación que tuvieron que fue tan contundente que cambió la vida de ambos.